La tierra con ojos de pantera
En Oremburgo, entre Europa y
Asia, en un puente sobre el río Ural que, como todos los puentes, separa y une,
alguien escribe:
“… la tierra tiene ojos de pantera
¿posees de verdad el amor de la tierra?
cielo desgarrado por los cometas
absurdo niño que desesperas
¿eres la víctima de los poetas?”
Y mira esa tierra que riegan el
Ural y el Sakmara, espacio de la lluvia constante, del frío, de la estepa más
allá -desierto de tierra donde nada puede clavarse y donde los kirguizas hacen
hogueras con bosta-… Esa tierra con ojos de pantera que seduce en primavera a
sus víctimas con perfume de cortas florecillas; así espera y sólo abre su boca
para engullir cuerpos tan heridos, apurados hasta los huesos por la impotencia,
por sostener un latido más. En los días claros de aliento convertido en vaho
por la heladura, el hombre divisa los gigantes del Karakorum, -allí hay mujeres
adivinas que siempre llevan el nombre de “mirarlejos”- y se pregunta por el
Atlántico distante, por ciudades americanas que están más inalcanzables que
Saturno.
“Nosotros
no hemos sido nunca lo que somos,
esos
rostros de nuestras vidas no son los nuestros… “
Este hombre, Víctor Serge, al que
lees ahora su libro Resistencia, que
no conocías, que intentas ver con sus ojos mientras te sobrecogen sus poemas de
una intensidad desmesurada, ¿qué te cuenta? Porque leer como alguien que
escribe poemas no presupone que poseas la gracia de un entendimiento superior
de la poesía; además, tú sabes que los poemas verdaderos siempre ofrecen
lecturas abiertas… no obstante, has aprendido a aprender de las lecturas
poéticas.
¿Qué aprendiste, entonces?
Los talentos creadores
contemporáneos afirman algo obvio: toda literatura nace del yo. Y estás de acuerdo;
sin embargo, los poemas de Resistencia
le dan otro sentido a la significación de la primera persona literaria: frente
al “yo-mi-me-conmigo” de parte de la poesía actual, eternamente adolescente,
trivial, de asuntos fútiles por ser puras niñerías sensibloides, el yo poético,
la palabra de Víctor Serge, que no sabe observar sino desde su desolada vida
vivida, trasciende al simple recuento de los fracasos personales y consigue lo
que un poeta quiere siempre, universalizar, el tú creador. Sus reflexiones apasionadas, sus ironías dolidas que van
transformándose en sarcasmo, sus preguntas que quieren diferenciar al hombre de
lo salvaje, que quieren saber por qué el paso del tiempo le aproxima a la
fatalidad del abatimiento, su visión en apariencia distante, antropológica,
ante el pueblo que habita la tierra inclemente donde él está desterrado… todo
ello no es sino un grito de ánimo, de ternura sin correspondencia, de afecto
leal hacia el soldado herido, el amigo muerto y hacia la idea de que un mundo
mejor podría haber sido posible. Te conmueven su falta de cinismo y su
cansancio sin acomodo. Esto, y no otra cosa, es el tú creador: la emoción entregada a ti, lectora, haber podido mirar con
sus ojos lo terrible y también la derrota esperanzada.
“Al soplo salino del mar
la esperanza se desplegaba en
ti…”
Y, por otro lado, sabes bien que
la literatura es una cuestión de estilo, de marca diferenciadora; es decir:
ante los poemas panfleteados -que, por ejemplo, usan términos más o menos provocadores
para mover hacia la crítica, la solidaridad, etc., pero que no son otra cosa
que palabras resabiadas y nunca acción-, ante la simpleza ocurrente que
pretende una digestión fácil del lector de poesía, confundida
desafortunadamente con la claridad y la sencillez escritas, tan difíciles de
conseguir, los poemas de Víctor Serge no hacen concesión ni a lugares comunes
estilísticos, ni al discurso comestible y al instante olvidable, ni al
disimulo, el camuflaje de una mirada culta, inteligente, distinta… no muestran rasgos
de una retórica rebuscada, señales sintácticas postizas si bien sus versos, en
algunos poemas, sean largas imágenes abigarradas o el fluir de algunos otros no
descanse en signos convencionales. Victor Serge escribe de un modo necesario; descubres
que no podría hacerlo de otra manera, no hay impostura, nada es fingido, pero…
escribir desde el yo consiste en fingir el yo-Pessoa dixit-…
En fin, Francisco Carvajal te
pidió que leyeras como poeta la edición de este cuidado libro, de traducción
entusiasmada también, Resistencia, y
esta predisposición tuya no deja de ser otra derrota… Sí, has tocado a Víctor
Serge, te ha impresionado descubrir la paradoja trágica de la revolución por la
libertad que aplasta la libertad porque genera su propia tiranía; has aprendido
cuándo la suavidad está de más sin que falte un afecto desgarrado hacia los
demás, hacia la vida que resiste hasta un límite del dolor. Le agradeces a
Francisco su petición, aunque no hayas podido leer sino como lectora, y hayas
reflexionado desordenadamente y ahora lo escribas y estos apuntes sólo tengan
la importancia de tu yo, que lee cómodamente sentado al lado de tus gatos y
lejos de Oremburgo.
Octubre de 2017
María Antonia Ricas