SOL MATINAL
Estuvo pelando huevos de
codorniz,
muchísimos, tantos como un
nido olvidado
de reptil arqueológico.
Puso flores, las margaritas
de las hadas.
Comentó después, en la
cena, que la noche
carecería de eternidad sin
ellas.
Luego besó, limpió, durmió,
quiso no abrir
los ojos, no estar en este mundo o decirse
tengo un buen amante,
porque no soportaba
el peso,
su fruta más que madura, su
redondez,
la certeza,
la consciencia del peso.
Y cuando la luz le dio en
la cara, la luz
primera del verano, supo
que se había quedado dentro
de la noche,
un huesecillo más con
huesecillos mágicos
de aire coagulado.
Se irguió de estar tumbada
y quieta, se sentó
frente al sol. No la
quemaba.
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