La barca
Para el día siguiente de las vírgenes
de agosto,
como si nada hubiera sucedido
en el desierto, en la brea de asfalto,
mi cálamo dibuja
su lentitud de río antes de lluvias
que recobren el furor de fluir,
y me balanceo en esta posada
vestidura estival;
apenas la intención de un movimiento
me lleva,
una atenuante
caligrafía de agua se sucede
y ni la rana ni el abejaruco
-llamarada turquesa
velocísima-
se molestan
en aquietar su absorto griterío.
Como si nada hubiera sucedido,
como si se durmiera mi barquero
y la muerte callara en la calina,
y tuviera la muerte
una rara pereza
y no moviera
un dedo
y no se estremeciera.
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