domingo, 3 de septiembre de 2017

De ENTRA EL VIENTO DE OLOR CIRUELA

      Matisse



      El silencio habitado de las casas


      Ha estado la mañana
      excitada con las ansias de los vencejos.

      El cielo era la parte oculta de una enorme
      concha: su molusco latía, tantos pájaros
      picando en la madreperla para una fiesta.

      Ha estado el árbol intentando parecerse
      a la nube
      o parecerse al ábrego que hurta cinabrio
      del bochorno,

      el árbol hablador
      cerca de la ventana,
      persiguiendo a las muchachas casi desnudas.

      Y una tortuga ha caminado sobre el borde
      de la omisión;
      no se dejó atrapar por la celeridad
      en los adioses.

      Ese día mantuvo
      una  tupida consistencia  de cariño:

      aún puedo tocar sus paredes y verme
      sin rostro, verte a ti sin rostro, dos siluetas
      en la felicidad de algo que no se dicen
      pero está ahí, calmado
      y cómplice,

      dos figuras apenas precisadas dando
      un sentido a la sangre,
      un motivo para existir a la existencia,


      tú y yo, leyendo, o cualquier cosa…Murmuramos
      bajito, me adivinas qué pienso, te observo
      reír...¡Cómo me envidian
      los hijos de los pájaros!


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