El silencio
habitado de las casas
Ha
estado la mañana
excitada
con las ansias de los vencejos.
El
cielo era la parte oculta de una enorme
concha:
su molusco latía, tantos pájaros
picando
en la madreperla para una fiesta.
Ha
estado el árbol intentando parecerse
a la
nube
o
parecerse al ábrego que hurta cinabrio
del
bochorno,
el
árbol hablador
cerca
de la ventana,
persiguiendo
a las muchachas casi desnudas.
Y una
tortuga ha caminado sobre el borde
de la
omisión;
no se
dejó atrapar por la celeridad
en los
adioses.
Ese
día mantuvo
una tupida consistencia de cariño:
aún
puedo tocar sus paredes y verme
sin
rostro, verte a ti sin rostro, dos siluetas
en la
felicidad de algo que no se dicen
pero
está ahí, calmado
y
cómplice,
dos
figuras apenas precisadas dando
un
sentido a la sangre,
un
motivo para existir a la existencia,
tú y
yo, leyendo, o cualquier cosa…Murmuramos
bajito,
me adivinas qué pienso, te observo
reír...¡Cómo
me envidian
los
hijos de los pájaros!
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