EL TRADUCTOR
Un pequeño murciélago muy quieto…
Está mareado con el olor
de los jazmines,
está escuchando el llanto de la joven
poetisa que espera La Visita,
está despierto y lejos de los gatos.
Había canciones del Ramayana
debajo de las losas de las ruinas.
Había una palabra incoherente
en Sylvia Plath.
Había un insecto con letra de mos-
ca que escribía:
“He conocido los mares de Marte,
a la esposa extranjera de los héroes,
la balada del viejo jardinero
y el disco de platino más allá
del cinturón helado de asteroides”.
Quiero acariciarlo porque está triste,
quiero tocar
su pelusa de rata voladora,
el cirio benedictino que alumbra
sus papeles,
lejos de los recitales de las pla-
zas de toros,
lejos de la cadencia que aureola
la eminente cabeza
del aedo,
y que me diga
por qué ama a las hermosas poetisas
que buscan un perfume
en los hornos de gas.
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