domingo, 26 de enero de 2014

De libros XXXVI ( Idolatrías)



      EL TRADUCTOR


      Un pequeño murciélago muy quieto…

      Está mareado con el olor
      de los jazmines,
      está escuchando el llanto de la joven
      poetisa que espera La Visita,
      está despierto y lejos de los gatos.

      Había canciones del Ramayana
      debajo de las losas de las ruinas.
      Había una palabra incoherente
      en Sylvia Plath.
      Había un insecto con letra de mos-
      ca que escribía:
      “He conocido los mares de Marte,
      a la esposa extranjera de los héroes,
      la balada del viejo jardinero
      y el disco de platino más allá
      del cinturón helado de asteroides”.

      Quiero acariciarlo porque está triste,
      quiero tocar
      su pelusa de rata voladora,
      el cirio benedictino que alumbra
      sus papeles,
      lejos de los recitales de las pla-
      zas de toros,
      lejos de la cadencia que aureola
      la eminente cabeza
      del aedo,
      y que me diga
      por qué ama a las hermosas poetisas
      que buscan un perfume
      en los hornos de gas.

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