- CIRCE
I de Bertram Mackennal
La
hechicería
guiando un rastro
melancólico
en madrugadas de la
lluvia.
Cualquier abrigo
está mojado
aunque no con la
gelatina
del deseo,
no con los cercos
complacidos
que el deseo traza
en las telas.
El instinto de
penetrar
se abre paso entre
las vasijas
y rompe, moldeando,
la carne revelada,
y urge
a la sed, disemina
olvido
en la fidelidad, y
toma la carne
un bronce
calcinado,
pero
qué respuesta de la
ternura
permanece
seca, sin moho,
al sol, querida;
qué respuesta, no
sólo sexo,
no sólo de
gruñidos,
acoge sin pudrirse.
Levantando los
brazos, sila_
beando el maleficio:
Oh, soledad, decía
II de J.
William Waterhouse
Oh, soledad, decía,
mientras
se derramaba el vino
sobre
el hocico de las bestias.
Isla
incluida en el círculo
envenenado
del silencio,
banquete
de las ansiedades
alocadas
porque
no es otra cosa urdir
la
vida;
ciudades
con hermosos
amantes
porque
no es otra cosa hablar
de
la magia,
lechos
a salvo de la lluvia
porque
no es otra cosa hallar
la
trama esencial de los bosques.
Y
pedir: no me olvides,
y
guardar la parte salvaje
de
los viajeros.
Ello
se van,
nunca
desembarcaron,
no
estuvieron.
Ellos
se van,
fueron
un espejismo.
Dejan
un
hijo etrusco y ocultado
que
bebe vino para ahogarse,
ese
buen vino azul,
carnívoro.
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