¿Para qué está mi día sino para ser el día de las picaduras, el día del contagio?
Salgo a la calle,
temeraria, y digo:
Venid, últimas
rosas de Vallejo, de vuestros pétalos herviré una infecciosa papilla para que me duela la voz y no pueda pronunciar
otro nombre; que no me remedie nunca, que no baje la fiebre.
Venid, panteras
escondidas, hurtaré vuestra fragancia, me la untaré en mis muñecas y el día
tendrá su cuello a mi alcance, le buscaré su sangre y lo
eternaré con una sílaba.
Venid,
luminiscentes alados insectos, porque conoceré el mal del sueño, seré sueños mágicos, sueños de cuerpos
amándose en un trastorno, un espejismo, y
no consentir que el día se desvanezca hasta el descanso.
Excitada y nociva
con esta enfermedad.
Me está curando de
las sombras y me cambia la piel que no se estremecía.
Me esta sanando de
una vida no vivida.
Y me remedia del
día triste que no lleva amenaza.
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