domingo, 24 de abril de 2016

De JARDÍN AL MAR



      Desierto

        
      Ha sido la noche del silencio que me revela
      una oscuridad preferida por el dios del ansia.
      Y mi susurro a tientas, con el único refugio
      de las estrellas como certeza de un territorio
      enmascarado,
      no es una señal
      que alguien escribiera en la arena para mis anillos
      seducidos.

      Estuve escuchando los gemidos de otro hemisferio;
      alguien penetraba la carne desde la delicia,
      alguien penetraba la carne para poseerla
      con la muerte…
      Estuve escuchando a la noche que asistía
      entre tu mano muy cerca de mi mano y mi mano
      reconociendo
      los dientecillos
      de la arena.

      Viene el alba sin ningún parloteo que nos mezcle
      con la prisa, con el erigir baluartes contra
      la calcinada fastuosidad del vano divino.

      Viene la luz con el envés del silencio nocturno
      en otro silencio que aboveda toda la ausencia,
      todo el perderse en sed, en venerar lo que consuma.

      Y nos entregamos al recorrido de las brasas,
      nos entregamos a un vergel mimado por miradas
      gigantes, ensimismadas en su concebir mientras
      contemplan.

      Hay una costumbre de escorpiones y de ciudades
      que reverberan
      sin cimientos.

      Desfallecemos.
      Caemos.

      Así nos quiere el dios de pies descalzos sobre lava.

      Así nos quiere lamer, nutrirse, resucitarse
      con nuestras costillas en su lengua, nuestra pequeña
      taza del amor que él bebe, que él lleva hacia su amor.

      Caemos al silencio, nos extinguimos y  somos
      una duna
      de nada,
      una barca viejísima volcada en el silencio.

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