MÁSCARAS
La Srta. Glad
se enorgullece
de viajar a Estambul
y mi hermano me trae
una sacerdotisa
de Creta.
Hay en mi casa tantos paragüeros que
aguardan
lluvia que desocupe su cerámica, tantos
objetos que hacen única mi casa de otras
casas,
ropas de mi olor solo, zapatos con mi
ritmo
de caminar el fuego...
Mi gata reconoce estas cosas y piensa
que los rostros que vienen
las tardes de visita son las fotografías
delante de los libros,
que las serpientes que la sacerdotisa
yergue
no derraman veneno para llenar un vaso
definitivo,
y los cincuenta gatos que amontonan su
inerte
solitud
no alcanzarán su plato ni la llamada
atenta
de la dueña.
Si estuviera desnuda
me transparentaría
y alguien se sentaría donde yo me reclino
y mi nombre sería de otra que en mi lugar
habitara mi casa.
Tal vez ella prefiera viajar, traer
regalos
o tal vez enloquezca
con la extrañeza de esos objetos que la
visten
y, sin embargo, ajenos
materiales intrusos
distinguiéndola.
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