sábado, 9 de enero de 2016

De iDOLATRÍAS





      MÁSCARAS


      La Srta. Glad
      se enorgullece
      de viajar a Estambul
      y mi hermano me trae
      una sacerdotisa
      de Creta.

      Hay en mi casa tantos paragüeros que aguardan
      lluvia que desocupe su cerámica, tantos
      objetos que hacen única mi casa de otras casas,
      ropas de mi olor solo, zapatos con mi ritmo
      de caminar el fuego...

      Mi gata reconoce estas cosas y piensa
      que los rostros que vienen
      las tardes de visita son las fotografías
      delante de los libros,
      que las serpientes que la sacerdotisa yergue
      no derraman veneno para llenar un vaso
      definitivo,
      y los cincuenta gatos que amontonan su inerte
      solitud
      no alcanzarán su plato ni la llamada atenta
      de la dueña.

      Si estuviera desnuda
      me transparentaría
      y alguien se sentaría donde yo me reclino
      y mi nombre sería de otra que en mi lugar
      habitara mi casa.

      Tal vez ella prefiera viajar, traer regalos
      o tal vez enloquezca
      con la extrañeza de esos objetos que la visten
      y, sin embargo, ajenos
      materiales intrusos
      distinguiéndola.

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