Piromancia I
Viene una mujer que conoce el curso del río habitado bajo tu
casa.
Viene recortando fechas del calendario para hacerse un
collar de olvido.
Y se aparta una nube por mirarla, se gira un girasol cuando
la escucha, se entusiasman los abejorros, se alzan las algas del
estanque, se enemistan tus puertas abriéndose de pronto.
Ella se diferencia de la seca textura que ha cubierto tu
cabeza con ceniza.
Es roja
entrando con paso apasionado, despreciando las ramas que no
sirven ni de bengalas a tu corazón.
Verde,
apenas un destello porque el jade lo guarda para herirte sin
costillas tu sexo.
Amarilla
si refleja el espejo mediodía cómo excita a la tierra sólo
hablándole de la isla donde fuman los chamanes del sueño.
Y azul
si hay instantes en que prefiere el polvo que acoge la
memoria de un cometa, o en tu pestaña el lado submarino, o el dardo que precisa de
tus ojos.
Hoy viene blanca,
tan blanca que ha asustado a las ermitas, llena de niños,
blanca, de la escarcha, blanca, desnuda, blanca como el agua.
Se adivina a sí misma, viene hablando de un beso todavía
infranqueable, del puente que no cruza todavía tu perfil receloso, tu
distancia.
La predicción del aire entre sus labios, la piedrecilla
fácil de su sexo, la espina que penetra floreciendo, el momento de ansiar morir, son los naipes volando todavía, los planetas que ruedan a tu
sombra.
Viene pintando en fechas otros peces, murmurando a la
tierra, se aproxima.
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