sábado, 4 de abril de 2015

De FANTASMAS Y CÁLAMOS. Primera parte: Fantasmas en la Villa






      V

       Me desvía de ti
      esta música de los campos
      del verano y las uvas
      próximas al delirio,

      música  en  la premonición
      de mi nombre que nadie sabe,
      tierra de música,
      granada espiga venenosa
      que me roba
      de nuestro sosegado juego.

      Canción de larga lengua:
      en mis encías hiende
      la embocadura de la leche
      de las cabras.

      Me adivina moverme
      deshonesta
      y ácida
      y baila mi vientre hasta el pozo
      de la embriaguez del liquen,
      y baila cada parte mía
      exageradamente yéndome
      al olvido.

      Comprendo ahora que no existe
      la muerte,

      que si camino por la casa
      de las abejas y las lombrices,
      y en mis pies desnudos se alojan
      los sabios animales del duelo
      por la vida,
      una muerte mortal no existe

      aunque yo me despida, Duino,
      y de fantasma de Pompeya
      crezca hacia la boca
      desesperadamente lejos,

      aunque llegue la muerte
      mañana
      con su lápida
      de lava
      y no te deje entrar
      y yo me aleje.

      Ah, canción de tierra,
      siringa o sinrazón o el cuello
      que doy por alimento,
      instrumento procaz,
      cítara de la tierra.

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