V
esta
música de los campos
del
verano y las uvas
próximas
al delirio,
música en la
premonición
de
mi nombre que nadie sabe,
tierra
de música,
granada
espiga venenosa
que
me roba
de
nuestro sosegado juego.
Canción
de larga lengua:
en
mis encías hiende
la
embocadura de la leche
de
las cabras.
Me
adivina moverme
deshonesta
y
ácida
y
baila mi vientre hasta el pozo
de
la embriaguez del liquen,
y
baila cada parte mía
exageradamente
yéndome
al
olvido.
Comprendo
ahora que no existe
la
muerte,
que
si camino por la casa
de
las abejas y las lombrices,
y
en mis pies desnudos se alojan
los
sabios animales del duelo
por
la vida,
una
muerte mortal no existe
aunque
yo me despida, Duino,
y
de fantasma de Pompeya
crezca
hacia la boca
desesperadamente
lejos,
aunque
llegue la muerte
mañana
con
su lápida
de
lava
y
no te deje entrar
y
yo me aleje.
Ah,
canción de tierra,
siringa
o sinrazón o el cuello
que
doy por alimento,
instrumento
procaz,
cítara
de la tierra.
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