Entre un dedo y el otro la
esmeralda del país
de los jaguares alados. Pero ante
esa sonrisa
me doy por vencida, grito bajito
para no
despertar a los huracanes, tiemblo,
y la importancia
de estar abrigada, estar querida,
estar recordada,
es un trozo de vidrio que el agua
ha pulido así,
así, rítmica.
Detrás de ti las caracolas de los
viejos dioses,
el
fragor de unas piedras talladas en carne viva,
el silbido que las flechas gustan
de repetir…
detrás de ti la devastación y sus
crucifijos.
El guijarro diminuto canta entre un
dedo y otro
pero ante esa sonrisa los jaguares
se adormilan
a mi lado.
Y, si les inventas un nombre, que
el niño se llame
Merlín.
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