I
Cuando
calma el atardecer
su
mano en mi mejilla,
y
hay un instante
donde
se paraliza el bucle
del
sonido,
viene
de la bahía un viento
que
me ama
o reposa si me entreabre
los
labios
y
mi lengua recoge
sus
dos granos de sal.
Hay
un instante
sin
ser intrusa, sin moverme,
sin
molestar el diapasón
de
un tiempo que no es mío.
Hay
un tener mi cuerpo
transparente.
Vuelven
los peces del estanque
del
huerto a murmurar.
La
tarde estremece su palma
vieja,
tan
vieja en los rosales.
*Qué mejor que las acuarelas de Villarrubia sobre las Villas fantasmas de Pompeya
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