Dos momentos de la seducción
I Has oído cantar al pájaro
nocturno,
hojas mojadas que
ningún
galápago de edad
tranquila
alcanza.
Te sostienen
caderas
de delgadez, te
duele
el coletazo del
dragón
debilitado,
pero has oído al
pájaro
que sólo escucha
quien está
consumiéndose.
Viene del paladar
del mar,
de peligrosos
laberintos
de columnas,
y si tuvieras barba
te afeitarías
para ser una grácil
filósofa,
y si aún tuvieras
un sexo
moldeable
cuánto, cuánto del
agua
para ofrecerle.
Lo has oído a pesar
de los avisos de
los gatos.
Su canción,
que tantos
confunden
con el pan de oro
del amor,
enciende
las luces de tu
casa.
II Estás
buscando en tu cintura
la ausencia, ¿fue
real su vientre
sobre ti?
Cantabas una música
con algo de
felicidad
y de ignorancia.
Buscas
la carne tocada
como el grito
esencial del mono
detrás de un olor,
como el rizo
en su albumen,
come, se abre paso,
desgarra
la pielecilla de su
sueño.
Las señales
de un pájaro
carnívoro
picoteando en tu
cintura.
No te regalaba
el don del viento,
no había
regalos.
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