jueves, 30 de agosto de 2012

RAVEL V


Para escuchar: Polillas        Pájaros tristes       Barco en el océano  
                          Alborada del gracioso       El valle de las campanas

                          

      Reflejos


Polillas

En la farola al lado del balcón, intentando entrar por no quemarse. La noche de julio tiene fechas para encender candelas de aceite. Las polillas quieren entrar porque has ocupado su casa. Negra y húmeda la alcoba donde miman sus huevos. Te quedarías ahí si supieras que han de regresar. Tú, una oruga más, siempre su niña.

Pájaros tristes

En las ramas de los olmos de la plaza de Zeta, cuando anochece febrero más frío que diciembre. Bolitas oscuras del tamaño de un puño como rizos de algodón mudo ¿Se duermen? Parece que están a punto de convertirse en agallas de las ramas. Mario dice que es difícil ver un gorrión muerto. No hablan ni respiran, se cubren con resina. Pero son los mismos que desordenan la mañana de abril cuando tú cruzas con un deseo insensato en forma de sonrisa.

Barco en el océano

En un balanceo azulado de la distancia. Los bañistas miran el punto indefinible, luego vuelven a recordar su edad de peces. Quizá se pregunten quién irá, dónde irá, luego vuelven a la firmeza de la playa. Son iguales a las parejas que pasean en el parque de Macke. Tú observas la línea de tierra; alguna vez fuiste una de ellos, reías con la venida de una ola, jugabas con los niños sumando sus castillos de arena, sus voces de arena, Se hace tarde para acercarse y es peligroso, dices. Continúas la travesía sin retorno. Pasas de largo. La alegría es una costa demasiado lejana. Una isla sin playa y sin verano.

Alborada del gracioso

En la pausa de la templanza de la noche, cuando escapa un perro persiguiendo a gatos demorados. Alguien afirma que es el fantasma de un jinete azul ¿Recuerdas que tomábamos varios cafés en la taberna de los borrachos las mañanas de domingo? Así imaginamos que hemos reído y no hemos dormido, decías. Por calles que no son solitarias sino espacios adelantándose a la lengua del amanecer, caminando con silenciosas siluetas. Se escucha una risa, una exhalación de gato o el paso de un caballo dando rítmico eco. Qué relativa la evidencia.

El valle de las campanas

En el recorrido que rodea a esta ciudad, alto, de alcotanes y plantas aromáticas. Se acercan tanto las nubes a las torres que basta una quebradura del viento para cambiar su color, y son doradas, sombrías, lentas, transparentes, inquietas, rojizas de piedra moldeable. Penetra el viento en los vanos de bronce y no sabes si los muertos agitan sus libros de horas o son llamadas tranquilas para una oración que se retrae. Viene y va el sonido con el viento. Tú, entre tanto, tienes la certeza de haber nacido continuamente aquí, y es un consuelo conocer esta ciudad, esta brevedad de imperfecta tierra prometida.

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