Bolero
Madame Rubinstein me pide un ballet, comenta Maurice Ravel.
Ella desdoblará su delgadez como una antigua cigarrera sobre la cabeza de los
obreros.
Una fábrica al fondo.
Se levanta. Les grita: no vayáis tan rápidos pero id
obstinados y ocupad las aceras. Ida Rubinstein mueve un brazo -o lo tomas-, mueve
el otro -o lo dejas-, delante de la puerta de los amos, y ellos se santiguan
porque danza desnuda. Golpea con un pie, luego flexiona las rodillas y sigue el
ritmo sin detener su desnudez.
Maurice Ravel le dice a Toscanini: maestro, se equivoca,
esta cadencia es terca, empuja, agujerea los oídos sensibles.
La bailarina vuela en las cabezas de los obreros y ellos
detienen sus puños doloridos de tanto apretar los dientes. Ida Rubinstein no
cesa. Extraña cigarrera de Sevilla se fuma a los amos, machaconamente da y da
en sus ojos, les ciega con el balanceo de sus pechos y pestañea igual que una
justicia sin ceguera.
Maurice Ravel se
extraña del delirio y una música incendia las piernas de los obreros.
No corráis, grita ella, pero insistid hasta que el aire os
pertenezca.
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