LA
MANO DEL CABALLERO BLANCO
Los cinco continentes
con árboles autóctonos y cielos
dedicados.
Si nunca te acaricia,
si, al hablar, sus palabras son sus dedos
y una suerte de tacto no previsto
cercano te conoce,
te intercambia la piel con superficies
donde rueda callar porque quisieras
humedecer sus largos
dedos para ablandarlos
en tu asentir,
tú te desgranarías
como la vibración de una guitarra,
como el país del Norte en los pianos,
como el voluptuoso
lenguaje del sitar.
Cuando él habla y accede
a tu mirada y correspondes siendo
algo que no diréis,
sin risa pero alegre,
sin desvelarse,
algo más parecido
a la perpetuidad
del silencio amoroso,
sobre su mano hay
pájaros,
hogueras lejanas del día de Año
Nuevo, relatos encantados, música
barroca y una intensa
suavidad que desea
árboles elegidos que den sombra
a la tierra común de las palabras:
continentes que piensas en sus dedos,
lugares del olvido
que el tacto posesiona y eterniza.
Tierra que no diréis,
amados cielos vuestros.
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