Interior.
Niza. 1919
¿Acaso
no me corresponde la ociosa mañana de cian sobre el mar blanco?
Al
mediodía la sorpresa invita a mis ojos desde lo íntimo donde me sumergía.
Son
inminentes las desdichas cuando
la duración de un hilo, sedoso de tiempo, me halaga con el asombro,
cuando
un minuto se sucede a otro minuto pero contengo toda la eternidad leyendo sin prisa, por ejemplo, o toda la
infinitud de las edades al abrir un armario, oler el desorden, sobreponerme a
los estratos precipitados de sus tesoros
y se vuelva la tarde un barco sobre la lana
del recuerdo,
cuando
ni siquiera me peino porque el espejo se convierte en un amigo perezoso y nada inoportuno lastima el pentagrama del cristal,
cuando
hay un exceso de gracia en la duración de una caricia,
es
entonces que lo breve del deleite irrumpe con antiguas tijeras y fragmenta partes del hilo, lo malogra en
trozos, lo trastorna, y este dolor de
muertos, ¿cuánto, este dolor?
Pero me
corresponde el blanco de la alegría aguamarina, sólo una ola, cierto, tan sólo
el intervalo más armonioso de la espuma.
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