Entre los cuatro
cardinales
una guerra, una tempestad,
incomprensibles creaciones
sólo creciendo entre el hedor
del apaleamiento.
Cuidas el paso más audaz
del sol en los brotes aupados
del limonero de la tarde;
el tiempo no pretende izar
una torva bandera.
Es un lujo verde y callado
poder sentir el ruido
de los mandobles de la muerte
y que no vuelvan su cabeza
por mirarte.
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