Tantas, tantas
veces
allí, en la altura, desde el Cerro
viste marchar al navegante
de la jornada de septiembre.
Y la corona de los reyes
muertos de San Juan
era un puerto que, a contraluz,
se ennegrecía con la espuma
de la costumbre en despedirse.
Hoy, igual que siempre,
cuando admiras esa belleza
del marcharse y los melancólicos
insisten en la brevedad
de su herencia
-aunque tú no, tú amas
no acobardar momentos ni aire
agotado-,
hoy, cuando las cigüeñas, cada una
sobre su torrecilla gótica
o equilibrando la veleta,
miran la huella del navío
y recuerdan a verticales
gárgolas,
tiene la tarde un interés
por la fugacidad del rastro
de lo hermoso,
tiene la tarde una disculpa,
y ni un gemido del adiós
quebranta el momento.
Esta delicadeza surge
del vivir
y es entonces
cuando el fotógrafo captura
un secreto del irse, pero
se queda todo anocheciendo
grato, consintiendo.
Para Ricardo Martín
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