Henri
Cartier-Bresson nos cuenta
cómo, dificultosamente,
el otro Henri
se levantaba de la cama
para saludar al enigma
joven del día,
marinero.
Estuvo tumbado pintando
con el gato negro tranquilo
entre las piernas y una
luz
sólo de esa mañana.
El otro Henri
diferencia en el
luminaria
briznas del pasto de la
noche, rezagadas y juguetonas,
tras lo suntuoso
de tanta claridad
salina.
Imperceptibles pizcas
de visitantes
que han curioseado sin
ruido en las salseras del color,
visitantes que
pretendían
transformarse en azul
de Niza.
Cartier-Bresson
contempla al otro
Henri
cómo, elegante de
perfil,
octogenario,
zurea a sus palomas. Viene
una de ellas, revolotea
en la cabeza del fotógrafo
y halla la afinidad del
hombro
de Henri M.
Ella coquetea, acaricia
con una pluma la barbilla
familiar y, por fin, se
aquieta.
Cartier-Bresson
oye decir a la paloma:
cada mañana te amo más,
más a tus alas, pronto
el vuelo,
pronto, pronto tu
vuelo.
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