Columnas de humo
Detrás
de las casonas
pudientes
que la encina rodea con su austero
jardín.
Donde el olivo olvida la varea
y
olvida el piñonero el durísimo estambre
de
la escarcha.
Detrás
de las casonas
que
miran la ciudad
encaramadas
sobre
el río,
ladran
los perros secos alrededor del humo
y
el aire está más frío,
y
esas hojas
de
los atardeceres
del
verano
que
en pan de oro laminan la tierra como a un mártir,
esas
hojas de corcho del nogal y las hojas
alegres
del castaño,
y
las precoces niñas de los sauces que fueron
impacientes
con
el agua,
esas
hojas que llaman a la correspondencia
de
los viejos pecados
a
su sombra...
El
aire está más frío;
la
neblina
de
una lumbre cercana
avanza,
se detiene y difumina el lado
del
silencio.
Huele
el gemido leve:
no
se queman, humean,
no
se consumen negras como vientres de goma;
huele
su estar muy juntas
igual
que el alma unánime dibujada en los libros
el
Día de los Santos,
pielecillas
sin voz
incorporándose
al
intacto tejido
que
respiras.
Huele
el aire más frío,
más
sentir que las cosas confirman tu existencia.
Detrás
de las casonas,
donde
ladran los perros siguiendo a los rastrillos,
alrededor
del humo,
alrededor
de ti,
viva,
asistiendo.
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