Respiro el aire que respiran
y les pertenecen
los balcones que
abro a Venecia
o al amanecer
de las granadas más
antiguas.
No están cansados ni
su carne
pesa por la
fidelidad
al oro
o estén obligados a
abrir
los ojos.
Respiro su aire
y acaricio sus
sábanas
sin cuerpo o rastro,
olor o pena.
Les hablo de mi amor
y se sonríen
indulgentes
como si me hubiera
sacado
de la nada el amor
y nadie hubiera
amado
antes.
Una sonrisa
semejante al aliento
o música…
Esta respiración, la
suya,
me sujeta.
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