La alondra elige el fruto de la zarza para afirmar que
nada era regalo salvo su pecho abierto a las espinas. No oyó las prohibiciones
de los álamos, avisos de resina hacia su olfato, sangre inminente oculta por
las moras como una antigua miel que aguarda un cuerpo.
Dile a mi amado
lo
que le cuenta el aire
entre su
pelo,
lo que le
cuenta el aire
cuando se
agita
en las
cortinas
que hay en su
alcoba,
lo que cuenta
el aire
aunque hablen
zorros,
lo que le
cuenta el aire
que yo respiro.
La alondra elige el fruto de la zarza no sólo apeteciendo, enajenándose, pues estaba despierta al vuelo firme de quien escoge herirse mientras deja frutos de tallo terso pero muertos. Y cuanto más se embriaga del morado zumo que se destila en su garganta, más se adentra la alondra, más empuja la rama que le clava su arma dentro.
- Dile a mi amado
- lo que le cuenta el aire
- que se ata al árbol
- que hay en su patio,
- lo que le cuenta el aire
- que está a su espalda,
- lo que le cuenta el aire
- aunque haya un pozo
- sobre su cama,
- lo que le cuenta el aire
- que yo respiro.
La alondra elige el fruto de la
zarza porque ya fue elegida por el fuego. Desvela que su vida no es la vida
sino el ir desangrándose si vive y, elegida sin celo y capturada, su voluntad
decide que se entrega al fuego que la busca y que la abraza a la vez que ella
come y que se abraza al fuego que la hiere y la consume.
- Dile a mi amado
- lo que le cuenta el aire
- de las semillas,
- lo que le cuenta el aire
- aunque hoy le llueva
- bajo los ojos,
- lo que le cuenta el aire
- que besa el beso
- que hay en su boca,
- lo que le cuenta
- el aire
que yo respiro.