Esta es la tarde
que se asemeja a todas
las cartas del verano.
Mis animales duermen seguros de mi estancia,
de mi callada y lenta compañía.
Esta es la tarde
de la cantora
de jazz. Quizá otra tarde modulara por mí
un blues de llanto,
ese fuego del apasionamiento.
Pero esta tarde
dejo de amedrentarme con las inmediaciones
de Aquel,
verdugo de las tardes destinadas a sombras.
Fueron setenta días
de acicalarme el rostro.
Él prefería el negro, el suficiente orgullo
y yo sólo quería averiguar sus manos,
arriesgarme de amor y delinquir.
Tú morirás muy joven,
y le besé parando las agujas.
Esta es la tarde
que me invita a guardar
el maquillaje.
Y recobro el dominio de los círculos
rodeando mi casa
de jardines
por tener un planeta que pasear sin riesgo,
vistiéndome de blanco para ser labios blancos
de soledad,
más blancos que las manos
de Aquel,
más blancos que su vuelo
de enamorado cuervo de sí mismo.
de enamorado cuervo de sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario