- (Detalle de un vestido de Emily Dickinson. Fotografía de Annie Leibovitz)
Las ramas de uno de los árboles de
la plaza mantienen sus hojas en el
invierno, papelillos donde no escribe ni
la helada.
Ella cuenta las
hojas, las protege. En cada una marca un signo.
Ella se sube al
árbol, se oscurece y no se la distingue de la madera casi
negra.
El hombre con sus
perros no la ve, ni la guapa mujer con su regalo del
día de Año Nuevo hasta los tobillos.
Lejos, bastante más
allá de la ciudad, en los campos pelados, muchachos muertos
que la querían esperan a febrero para despertar sin
memoria.
Y ella, en el árbol,
después de rozar
despacio, una por una, todas las hojas, cuenta las tejas de
la casa cercana y va colocando
debajo, cuidadosa,
una por una, pardas y húmedas, las plumas raras y
perladas de su vuelo marino.
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