Gipsy, de Kees Van Dongen |
BESOS NO, POR FAVOR
Pasea las aceras
con el cimbreo de la Diosa Negra
pisoteando los jardines lánguidos
y haciendo de su ruta una conquista
infame
de otra luna.
Da miedo
porque la noche le reserva sordas
prohibiciones cristianas,
ritos de un movimiento que parodia el
amor
en la ventura insomne
delante
de los templos.
Da miedo
porque duerme de día,
al tiempo del horario del castigo
que dignifica al hombre, dicen, que
procura
no hacerse cargo nunca del desorden.
No la mires
como a La Ninfa Flora de Arcimboldo
si no quieres saber qué delicias cocina
para azuzar el hambre
de aquellos que se entregan
al delirio de un cuerpo acostumbrado
a los misterios.
Pasea las aceras
transformando la noche en la redada
de guardianes corruptos, de los ebrios de
nieve,
de los puentes que acechan
a las debutantes.
Tan sólo en las novelas
de Victoria Holt
alguna se convierte en la maharaní
de un reino que saluda a toros blancos,
hablando a periquitos detrás de celosías,
trenzándose el cabello
con sartas de esmeraldas.
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