Morgan Le Fay canta
con el crouth en Ynis Gutrin
Flotarías, cruzarías la bruma
como el auriga que orienta los meteoritos hasta Lyonesse, serías el borde de
una nube que se interpone entre los osos y el parpadeo blanco, recordarías el
aletazo de la espada bendita en las negras llanuras de Salesbieres. Pero estás
tumbado viendo las estelas de los que llevan una esquirla de acero
en el vano de sus corazones demasiado azules; careces de la materia del oncejo
que no se posa ni en los frutos maduros. Tu pensamiento no sabe atravesar el
aire alto y helado de los dragones que guardan coronas. Sí, estás tumbado como
el menhir enorme que señalaba solsticios, auroras, cosechas de trigo...estás
tumbado, imantado, recogido, callado en la tierra....
Escucha su música, la canción
sumida,
roja de la tierra.
Escucha su mano que ha tomado el
arco
y frota las cuerdas vibrantes y
enciende
una lumbre dentro.
Deja para el águila los campos
del aire,
deja para aquellos que no
escriben cartas
porque sólo brillan, el tapiz
nocturno,
el caballo alado, los perros de
Marte.
Si te levantaras
tu pie tocaría las ascuas, mi
canto,
y si caminaras al poblado donde
tejen una tela que crece y te
aguarda:
en esa muchacha que viste esa
tela,
que afirma tu nombre, lo escribe
en su boca,
se inclina a tu lado, calienta
contigo
la casa de octubre;
en la miel con vino,
en el grato rizo del pan, en la
fuente
que lame en verano la sal de tu
cuerpo;
en cualquier madera, entre los
enjambres
cercanos del bosque, en cualquier
postura
que curve tu cuerpo.
Escucha su música.
Deja que te abrace la tonalidad
ancha de la tierra, su afectivo
timbre,
mi voz, el reposo
de mi voz, conozco cómo canta el
tiempo,
cómo se repiten sus cuerdas, sus
años.
Flotarías, cruzarías la bruma
detrás del frío, olvidarías el dolor y te irías.
Pero estás tumbado, pesado, sin
alas, sobre mí tumbado.
Escucha mi música.
Yo te alentaría tocando mi
cuerpo.
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