ALICE SENTADA EN EL RETRETE
Cuando Teresa apenas levantaba
una altura mayor de la que miden
los gladiolos, ¿recuerdas
que te cogía de la mano para
llevarte a ver lo bien
que había defecado su excremento?
Preguntaba después dónde se iría
su proeza asombrosa.
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Serviste de banquete a su apetito,
fuiste manjar jugoso:
si te tiende, violento, en el mantel
y con esa violencia te devora
mientras lamentas ser breve materia
de madurada carne,
y no deja de ti más que los huesos,
y no traga de ti sino papilla
nutritiva que quiere
conocer sus entrañas,
viajar a sus arterias y a su médula,
evacuando de ti en el sumidero
el miedo, el asco, el mortecino orgullo,
también porque te ofreces participas
de la delicia tensa de su fruto;
no te quedas atrás
en el modo caníbal de tomaros
y degustas
la crujiente corteza de su fuerza
y llegas con tu lengua
hasta el licor que quema tu laringe...
él alimenta
tu pelo, tu barbilla,
tu columna, tus óvulos, tu danza.
Y depones
la parte humana y torpe de sí mismo.
Ahora te preguntas,
como Teresa hacía cuando niña,
dónde se irá el barro resbaladizo,
y es que también te gusta complacer
con lo que no te sirve para amarlo.
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