sábado, 17 de enero de 2015

Del libro LA MÚSICA DEL FUEGO





    Tajt-e-Sulayman

    Levanto con la punta del zapato vidriados azulejos de tristeza
    no para sonreír en la renuncia
    de las santas,
    desde la soltería
    de las mariposas o desde el pozo
    que recoge
    monedas.

    He tendido un cuerpo disciplinado en el dajma del ritual del silencio,
    ese cuerpo
    que cruzaba sus brazos sobre el pecho y se balanceaba con el tambor
    de la privación,
    de la biografía que conocen los buitres al desgarrar los costillares
    del recuerdo.

    Qué grito he dado cuando reconozco que mi altura es la altitud de la lengua
    del fuego,
    que cuando muevo mi tobillo alzando tantos adornos tristes y bonitos
    como vidrios
    aflora el agua y se desborda un lago donde sólo mirarse es encontrar
    un cuerpo que te besa, un nuevo cuerpo
    mío
    que te besa...
    cuando el fuego estimula algo sagrado
    que estaba adormecido,
    cuando el agua no suaviza tu boca, no se opone a la llama que te invita
    a la muerte
    apasionada.

    Qué grito en filo, mineral, qué golpe que recorre las torres del silencio
    triturando
    los cráneos de la culpa, el podrido tuétano, la pestilencia untuosa
    de la culpa.

    Qué grito al verme erguida, llameante
    en el agua.

    Hay un bosque sin tregua en este lago, una hoguera fragante que pronuncia.
         Y te alcanza.


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