domingo, 25 de enero de 2015

Como Homenaje, en el libro SI ELLA NOS MIRA, a Virginia Woolf, que es su cumpleaños...

...suponiendo que también se despediera de su amiga Vita.




Carta a Vita Sackville-West

Mi querido ovejero:

La claridad del alba  es una luz enferma y los primeros pájaros disponen del azar canturreando en griego, anidando sin pausa, sólo el tiempo preciso para traer al mundo pequeñas criaturas no de plumas o amor, listas en el viaje  de la ausencia.

Tú aleteas, feliz con tan esquivas aves. Arrancas de las rocas  marinas valvas duras que esconden una perla, la despiertas, la ríes. Sigues el curso lento de las rutas sasánidas, empujando  a la vida tigres alados,  rojos, de perdidas ciudades, con seda hecha de versos, con lúcida malicia...

Envidio esos lugares que al gozo se te ofrecen.

Mírame a mí, me escondo tras las dunas que el viento de la muerte moldea, tomo el té con las voces locas de mis heridas y me siento de blanda textura de molusco buscando el sol, la tibia claridad que me sane.

Ya no sé si aprisiono en la espuma la tinta o, absorta, me detengo a mitad de una frase mirando el convertirse  lo innombrable en deseo, su  sintaxis en agua.

Me duelen los amigos  dormidos en actinias; me duele que tú quieras vivir y yo no acierte a invitarte en mi amor.  Me duele que mi Nessa fácilmente recoja  colores aún hirviendo y sin color retrate  mi  gesto tan huidizo.

Más que volar me siento perdida sin anclajes; más que ser libre el caos aventa mi escritura. 

Donde quiera que estés, contén mi enfermedad, el no volver al tiempo de todo recogido suavemente en mi madre.

Me he dado por vencida;  a tu regreso, busca lo mejor de mi sueño. Y al patinar, hermosa, sobre el hielo lascivo  me  verás sonreírte bajo el hielo, tranquila.

Recuerda que te dije  que te quiero, recuerda que las olas vendrán con cartas en mi nombre.

Pienso en el ser muriéndome. No hay miedo en mis frutales.

Por las dunas redondas de Rodmell se levanta el alba con que inician su viaje mis pájaros.



sábado, 17 de enero de 2015

Del libro LA MÚSICA DEL FUEGO





    Tajt-e-Sulayman

    Levanto con la punta del zapato vidriados azulejos de tristeza
    no para sonreír en la renuncia
    de las santas,
    desde la soltería
    de las mariposas o desde el pozo
    que recoge
    monedas.

    He tendido un cuerpo disciplinado en el dajma del ritual del silencio,
    ese cuerpo
    que cruzaba sus brazos sobre el pecho y se balanceaba con el tambor
    de la privación,
    de la biografía que conocen los buitres al desgarrar los costillares
    del recuerdo.

    Qué grito he dado cuando reconozco que mi altura es la altitud de la lengua
    del fuego,
    que cuando muevo mi tobillo alzando tantos adornos tristes y bonitos
    como vidrios
    aflora el agua y se desborda un lago donde sólo mirarse es encontrar
    un cuerpo que te besa, un nuevo cuerpo
    mío
    que te besa...
    cuando el fuego estimula algo sagrado
    que estaba adormecido,
    cuando el agua no suaviza tu boca, no se opone a la llama que te invita
    a la muerte
    apasionada.

    Qué grito en filo, mineral, qué golpe que recorre las torres del silencio
    triturando
    los cráneos de la culpa, el podrido tuétano, la pestilencia untuosa
    de la culpa.

    Qué grito al verme erguida, llameante
    en el agua.

    Hay un bosque sin tregua en este lago, una hoguera fragante que pronuncia.
         Y te alcanza.


domingo, 11 de enero de 2015

Del libro LA MÚSICA DEL FUEGO




      IN DIR ITS FREUDE
                                      (Bach)

      El agua de mi fuego
      conseguirá perderte
      en el diván marrón
      de Freud
      y con la pesadilla
      costosa de tu gesto,
      con el cuello tronchado
      de tu estimado arcángel,
      caerás, caerás,
      agitando las piernas,
      envolviéndote de agua
      que transformo en el dardo
      de fuego y no equivoco
      la herida que te inflijo
      para que cuando cuentes,
      tumbado, tu mezquina,
      tu quejicosa angustia,
      te quedes en dos frases,
      ya no recuerdo el resto
      del sueño le dirás
      a tu médico...pobre,
      se dormirá escuchándote,
      se dormirá el metrónomo,
      el ojo de penumbra,
      y esperaré en la calle,
      prendiendo las ventanas,
      sólo con una flecha,
      ahí, ahí y ahí.

lunes, 5 de enero de 2015

Del libro IDOLATRÍAS


      Imagen de MIchel Koven


      LA EXTRANJERA


      Los pescadores de Naxos mastican
      una concha ovalada
      para probar la sal que el desconsuelo
      sedimenta en el fondo
      de una crátera llamada abandono.

      En Naxos las ofrendas son maderas
      que alguien dice que brillan como el resto
      de un banquete divino
      o de una ceremonia que exaltaba
      la vehemencia de los adalides.

      Los lagartos de Naxos
      se fríen en sartenes de granito.
      Los cormoranes buscan, se relamen
      y, más tarde, los gatos
      cazan los cormoranes y trituran
      sus huevos con destreza ensimismada.

      Los muchachos de Naxos,
      haraganes y procaces, espían
      el paso entrecortado de la loca.
      La distraen con miedo, con insultos
      y ella, blanca, les arroja su anillo,
      su cinturón de estrellas melancólicas.

      Cuando la tarde vuelve a ser violeta,
      las mujeres de Naxos
      se sientan a la entrada de las casas
      con el cojín orondo de bolillos,
      con ágiles respuestas en sus dedos,
      con alfileres ácidos
      en el morado pliegue de sus bocas.


      - Yo he visto a los cangrejos - dice una -
      picotear su peplo desceñido
      creyéndose la carne
      de una medusa seca de la orilla.

      - Yo he visto que la espuma - dice una –
      le rizaba los pies y ella bebía
      el agua más salada,  casi púrpura
      a fuerza de ser sangre sumergiéndose.

      - Y yo la vi tenderse y no se hundía
      hablando con delfines y con pulpos.
      Sus pechos parecían dos islotes
      sin pájaros
      y su vientre una costa donde el viento
      gemía y levantaba tolvaneras…

      ¡Qué los dioses nos nieguen
      de tanta soledad, de tanto olvido!