Carta a Vita Sackville-West
Mi
querido ovejero:
La claridad del alba es una luz
enferma y los primeros pájaros disponen del azar canturreando en griego,
anidando sin pausa, sólo el tiempo preciso para traer al mundo pequeñas
criaturas no de plumas o amor, listas en el viaje de la ausencia.
Tú aleteas, feliz con tan esquivas aves. Arrancas de las rocas marinas valvas duras que esconden una perla,
la despiertas, la ríes. Sigues el curso lento de las rutas sasánidas, empujando a la vida tigres alados, rojos, de perdidas ciudades, con seda hecha
de versos, con lúcida malicia...
Envidio
esos lugares que al gozo se te ofrecen.
Mírame a mí, me escondo tras las dunas que el viento de la muerte
moldea, tomo el té con las voces locas de mis heridas y me siento de blanda
textura de molusco buscando el sol, la tibia claridad que me sane.
Ya no sé si aprisiono en la espuma la tinta o, absorta, me detengo a
mitad de una frase mirando el convertirse
lo innombrable en deseo, su
sintaxis en agua.
Me duelen los amigos dormidos en
actinias; me duele que tú quieras vivir y yo no acierte a invitarte en mi
amor. Me duele que mi Nessa fácilmente
recoja colores aún hirviendo y sin color
retrate mi gesto tan huidizo.
Más
que volar me siento perdida sin anclajes; más que ser libre el caos aventa mi escritura.
Donde quiera que estés, contén mi enfermedad, el no volver al tiempo de
todo recogido suavemente en mi madre.
Me he dado por vencida; a tu
regreso, busca lo mejor de mi sueño. Y al patinar, hermosa, sobre el hielo
lascivo me verás sonreírte bajo el hielo, tranquila.
Recuerda que te dije que te
quiero, recuerda que las olas vendrán con cartas en mi nombre.
Pienso
en el ser muriéndome. No hay miedo en mis frutales.