(Para el 8 de marzo)
LOS
FANTASMAS DE ELISABETH VIGÉE-LEBRUN
Diferentes
autorretratos
Estamos muy cansadas del miedo.
No es como el rizo que
se desliza del lazo de vivir o del ala
del sombrero de paja.
No es el gesto
discreto, una leve sonrisa inteligente que oculta el espanto, la certeza de
algo temible que en nada se asemeja a
la pasión.
Estamos cansadas,
bellas, libres, cansadas de elegir las huidas, de mirar los rostros que ya han muerto, próximos a cubrir
de sangre las arrugas del cuello, las sencillas formas del amor.
Sabemos
que la muerte pudiera
quedarse a vivir en la ciudad, en cierta
calle vieja, donde breves muertes -o los pasos que dejan atrás la infancia-
acaecieron.
Sabemos cuánto apetito
tiene
la muerte,
cómo huele claudicar,
tumbarse al lado de una hija enferma, verse
muerta,
tú, muerta,
yo, muerta
en sus ojos.
Sabemos cansarnos hasta
ser la médula del cansancio, pero todo menos el miedo, menos el tizne del
miedo, el habitante del miedo, su
palabra cansada, su miedo.